viernes, abril 28, 2006

Crónica de las semifinales del Euromed (y 2)

No suele ser muy frecuente que parte de la hinchada del primer finalista de la Champions pasee por la ciudad donde se va a decidir al cabo de pocas horas su rival. Es lo que les sucedió a algunos aficionados del Arsenal, que tenían el vuelo de vuelta a casa desde Barcelona y coincidieron en las calles de la capital catalana con los tifosi llegados desde Milán configurando un decorado singular, casi de "final-four". Se respiraba un ambiente de noche especial, pues por muy grande que sea el Barça pocas veces se encuentra en una posición tan ventajosa, tan cercana a la gloria. Pero la atmósfera era distinta a la de Vila-real: más privada, más reservada, menos festiva. Para el equipo blaugrana no podía existir euforia sin triunfo, si se perdía no había nada que celebrar. Todo el mundo pensaba en el partido, pero no tenía ningún sentido tomar las calles antes del choque. Por lo que pudiera pasar...

Si la del martes era una semifinal excepcional por su carácter único, la del miércoles tenía un mayor peso futbolístico. Era un duelo de perfección técnica y de alta escuela táctica. El partido fue precioso, interesantísimo, de aquellos que tienen tantos detalles que es imposible descifrarlos todos. Que si Kaká se va a la izquierda para buscar a Belletti pero le sigue Edmilson y todo ello obliga a reestructurar el centro del campo, que si ahora prefiere buscar la derecha... Los dos equipos jugaron muy bien y mostraron su carácter maduro, su incuestionable jerarquía europea. Costaba desequilibrar debido a los expertos engranajes defensivos, pero siempre pareció que el Barça era más capaz de conseguirlo: tenía cinco jugadores que unían movilidad, calidad y disparo, cinco cartas distintas para encarar a una pareja de centrales que estaba condenada a sufrir en el uno contra uno -sobretodo Costacurta, cuya elección en el once es tan difícil de entender como el cambio de Pirlo en la ida-. El Milan tuvo las suyas, pero les cayeron siempre a los jugadores equivocados: a Shevchenko le tocó rematar de cabeza y a Pippo Inzaghi definir una jugada que exigía cierto recorrido. Más peligroso habría sido al revés, pero ya es suficientemente difícil llegar como para poder elegir con quien hacerlo. Se esperaba mucho del veterano goleador italiano, pero su participación en el partido fue más bien discreta. También la del ucraniano, más desaparecido de lo que debería esperarse de un superclase. Kaká sí dio muestras de su alto nivel, aunque no arrancando centrado desde tres cuartos, que es donde más daño hace. Ante el preocupante apagón de Pirlo, Seedorf se convirtió en el conductor del centro del campo italiano y Europa se preguntó cómo podía haber sido tan osado Marco van Basten al dejarle fuera de una lista de 33 para el Mundial. Como se preveía, la posesión se repartió y cada equipo la disfrutó de forma delicada. Iniesta volvió a ofrecer un recital y su posible duelo con Cesc en la final ya se anticipa como un plato para sibaritas mientras Luis Aragonés se frota las manos. La polémica llegó con el gol anulado a Shevchenko, aunque en realidad la jugada parecía que no valía incluso ya cuando cabeceó el ex del Dinamo, pues Valdés la dejó pasar sin preocuparse. Existiera o no el error arbitral, no puede justificar una eliminación. Se sabe que estas cosas pueden pasar y hay que sobreponerse a ellas, hacer siempre un poco más para conseguir la victoria hasta que nadie te la pueda discutir. Y con cierta tensión terminó el partido, con el Barça encerrado por momentos, como no podía ser de otra forma: si un equipo capaz de tocar como el Milan no te encierra en algún instante de los últimos compases de una vuelta de semifinales de la Champions cuando necesita un gol es que estás fuera de concurso. Fue un sufrimiento lógico, un obstáculo que este Barça que tan bien pinta debía pasar antes de viajar a París, donde será favorito. Pero sólo eso. Debe respetar a un rival que ya ha sorprendido a más de uno y que contará con un Henry ultramotivado por jugar en su ciudad y en el estadio en el que se proclamó campeón del mundo con 20 años. Pero del partido del año a nivel de clubes ya hablaremos en su momento. Ahora es tiempo de ilusión: para las dos aficiones el nombre de la capital francesa suena más dulce que en las películas románticas. Dentro de tres semanas, para una de ellas se habrá vuelto cruel.